recien llegado sanchez ros gomez
Autor: Firma invitada
septiembre 12, 2017

Desorientado en mitad de un páramo de tierra quemada, atisbé al fondo una vereda que bajaba hacia un río. Seguí el cauce y llegué hasta una ciudad amurallada. Atravesé un arco y entré a una plaza. Allí tuve el primer presentimiento: el sol, que estaba en su apogeo, no trasladaba mi sombra, parecía como si los rayos me traspasaran sin dejar ningún rastro. No veía a nadie ni tampoco percibía ningún ruido. Me acerqué a un escaparate y mi espanto se acrecentó cuando vi el vacío reflejado en el cristal. Andaba por las calles como un autómata sin saber exactamente hacia dónde dirigía mis pasos. De pronto me encontré parado en frente de una casa rosada. En la fachada había una placa bruñida que decía Negociado de Recién Llegados. La puerta estaba entreabierta, pasé al zaguán y después de trasponer una cancela de hierro forjado llegué a un amplio patio con columnas porticadas. El suelo de grandes losas de mármol estaba poblado de macetas con helechos, palmeras y geranios y en el centro se erguía una fuente con un surtidor. Entonces, al evocar el agua que no había en la fuente también me percaté de que no tenía sed ni siquiera hambre. Alguien vestido con una túnica salió a recibirme. La figura esbelta con el cabello rubio suelto sobre los hombros me invitó a que tomara asiento en un banco de madera que estaba arrimado a una pared. A primera vista parecía una mujer hermosa de un rostro cincelado con facciones simétricas y perfectas, pero la voz extraña y un poco desabrida me hizo dudar de esta primera impresión. Estaba extrañado de que no recordase dónde estaba y sobre todo por qué había venido a esa casa y no a ninguna otra. Pensé que estaría tal vez soñando que estaba en la consulta de un médico para una dolencia imaginaria y que esperaba bastante tiempo hasta que me tocaba el turno y cuando por fin me atendía el doctor no podía articular palabra y entonces me despertaba. También en sueños solía fantasear que me faltaba una asignatura para terminar el bachillerato o la carrera y que muchos años después, angustiado, me percataba de la omisión y tenía que peregrinar por sucesivas oficinas de los ministerios para intentar subsanar el error.

Estaba ya especulando que de un momento a otro me tendría que despertar y todo terminaría con el sobresalto insistente del despertador, cuando el ser ambiguo que antes había visto me llamó y dijo que fuera hacia una habitación que estaba en la planta baja. Detrás de un mostrador, sentada, una señora con gafas, o al menos eso me pareció, dijo que subiera a la primera planta y fuera al final del pasillo y entrara en la puerta de la derecha. Fui hasta allí y empecé a notar que mi peso era cada vez más ligero. Justo en la puerta había un letrero que contenía en letras mayúsculas la palabra Admisiones. Me recibió un hombre alto con una bata blanca y un enorme bigote negro. No había posibilidad de discusión.

− Estará usted desconcertado, supongo− dijo por fin después de escrutarme un rato.

− Bueno, si le soy sincero, no tengo la más mínima idea por qué estoy aquí.

− Bien, lo primero que lo voy a pedir es que se serene. Tengo algo muy importante que comunicarle.

− No le habrá pasado nada a nadie de mi familia− dije sin atreverme a elevar la voz.

− No, no se preocupe, su familia está perfectamente. Es usted el concernido.

− ¿He hecho algo malo? Espero no haber atropellado a nadie, porque no recuerdo nada de lo que hice desde anoche cuando me acosté.

− Ese es el problema. Usted no ha despertado.

− ¿Sigo soñando entonces? –pregunté.

− No sueña usted ni tampoco se despertará. Sencillamente está en la otra orilla de la vida.

− ¿Qué quiere decir, que estoy muerto?

− Sí, falleció usted anoche de un ataque al corazón mientras dormía. Tuvo suerte, apenas se enteró.

− Vaya, no sé qué decir. Esto parece una pesadilla. No puede ser verdad.

− Tómese el tiempo que quiera para asimilarlo. Tenemos un servicio de asistencia donde le pueden ayudar a entender su nueva situación de recién llegado.

Sentía una enorme desazón. No me salían las lágrimas.

− Mi pobre familia− dije tapándome la cara con las manos−. Tendrán que apañárselas sin mí. Lo cierto es que tenía muchas cosas por terminar.

− ¿Y eso es lo único que le importa?

− ¿Tendría que preocuparme por algo más?

−Si por casualidad no ha pensado en su alma.

− ¿Y por qué tendría que inquietarme? − dije extrañado.

− No quiero alarmarle, pero está usted en unas circunstancias muy delicadas. Acaba de llegar del otro mundo y estamos revisando su expediente. Un inspector celestial tendrá que decidir si se le admite la entrada en el paraíso o se le envía al infierno o al purgatorio.

− ¿Y es obligatorio ir alguno de esos sitios? porque yo la verdad preferiría no ir a ninguna parte. Si ya he vivido− dije aparentando aplomo −, no tengo el más mínimo interés en seguir existiendo.

− Parece que no quiere usted percatarse de su situación. Ha sido siempre un agnóstico empedernido y tiene que enfrentarse a una realidad que desmonta todo lo que usted había pensado acerca de la religión. Dios existe, el cielo y el infierno son irrefutables. Y el alma es inmortal.

− ¿Y qué quiere que haga? En mis cortas entendederas nunca pude comprender para qué hacía falta otra vida. Como si la que tenía no fuera suficiente. He intentado comportarme de acuerdo a mis convicciones y principios morales. Soy muy escéptico con los fanatismos religiosos. Todas las religiones me parecen que son verdaderas y buenas en tanto persiguen la piedad y la bondad de los hombres. Pero ha habido demasiadas calamidades por culpa de la religión, tantas guerras y tantas muertes que he acabado por abominar de todas.

− Ha cometido usted un grave error. La religión católica es la verdadera. Y hubiera bastado sólo un arrepentimiento para poderle franquear las puertas del cielo.

− ¿Me lo dice en serio que podría haber sido un asesino y una persona vil y rastrera para que un único gesto de contrición hubiera perdonado toda una vida de miseria?

− Sí, eso es lo que está escrito.

− Nunca me tomé muy en serio lo que decía la Biblia y los demás textos del cristianismo. Pensaba que todo eso era sólo ficción.

− ¿Cómo que ficción?

− Al leer la Biblia la leía como una sucesión de cuentos, como si fuera sólo literatura. El Dios que se presentaba me parecía el personaje de un cuento maravilloso, pero un cuento al fin al cabo.

− Pues, aquí no hay cuento que valga −dijo bastante indignado −. Esto es lo que viene después de la vida. Los elegidos disfrutarán la visión eterna de Dios. Y los hombres sin fe perderán toda esperanza. Ahora espere fuera a que lo llame para comunicarle lo que proceda.

Salí de allí apesadumbrado. Me topé en el pasillo con un individuo mal encarado que lucía una perilla y un aspecto cabruno poco tranquilizador. Parecía impaciente, como si estuviera esperando algo. El trofeo no podía ser yo, medité afligido. No podía creer lo que me estaba pasando. Si realmente estaba equivocado en todos mis planteamientos sobre la vida ¿era yo el responsable?  Intentaba razonar y confiar en la misericordia de ese Dios que había ignorado.

Apareció de repente un grupo de gente. No los reconocí al principio porque parecían más jóvenes que yo. Eran mi padre y mis abuelos que venían con varios amigos muy queridos. Siempre pensé que no los volvería a ver. Ya he dicho que no podía llorar, los abracé uno a uno y ellos confirmaron lo que me habían anunciado. Dijeron que el asunto era muy complicado y que habían hecho gestiones para que se reconsiderara mi situación. Mi padre dijo que intercedieron ante el comisionado y que habían elevado una súplica para que se tramitara con urgencia un expediente de retorno.

Estaba demasiado conmovido para poder asimilar tanta información que además no lograba racionalizar. El hombre de la bata blanca entró de nuevo en su despacho con un fajo de papeles.

− Pase y siéntese −dijo con una mezcla de amabilidad y de mando.

Obedecí como el reo que ofrece el cuello al verdugo.

− Tenemos ya todos los informes sobre usted− continuó. El comité de expertos lo ha evaluado y ha decido admitir el retorno.

Mi padre y los demás difuntos celebraron el fallo y se acercaron a felicitarme, pero yo no sabía exactamente por qué tenía que alegrarme. Todos se despidieron de mí con grandes muestras de afecto.

El hombre de la bata blanca indicó que pasarían a buscarme para ir al módulo de retorno.

− No tiene usted que tener miedo. Se ha tenido en cuenta su buena conducta y esto ha compensado su falta de fe−. Después salió sin añadir nada más.

Otro individuo de sexo impreciso y vestido como si fuera la Victoria de Samotracia me llevó por un laberinto de pasadizos. Creo que llegué hasta una sala donde había una cápsula parecida a la que hay en los hospitales para practicar un escáner. Me tumbé dentro y las paredes se cerraron lentamente. No podía ser un horno, conjeturé, porque ya no tenía cuerpo que pudiera ser quemado. Al menos había esquivado al tipo de la perilla. Que sea lo que tenga que ser, susurré. Creo que entonces hice un sincero acatamiento a la voluntad divina.

recien llegado notario nervion

Cuando desperté me pareció estar flotando en alguna parte. Nunca había sentido tanta placidez, parecía como si pudiera girar a cámara lenta sobre mí mismo en un líquido cálido que me envolvía. Estaba sumido en un silencio profundo, que sólo se interrumpía por un leve sonido acompasado.  Noté que había diminutas burbujas que me rodeaban y hacían cosquillas. Nunca fui tan feliz como entonces. No podía abrir los ojos, pero no hacía falta porque era tanta la paz que percibía que no precisaba ninguna luz.

De improviso, algo empezó a removerse. Advertí cómo el líquido que me envolvía empezaba a vaciarse.  Algo se estaba contrayendo y me empujaba hacia abajo. Las convulsiones se sucedían cada vez de forma más violenta. Estaba bastante aterrado. En ese instante fue cuando mis ojos se abrieron y vi el túnel y detrás una luz intensa. En un último impulso atravesé la barrera y unas manos enguatadas me recogieron. Vi a mi madre postrada y con todas mis fuerzas empecé a llorar.

José María Sánchez-Ros Gómez

 

Quinta participación en notaríAbierta de José María Sánchez-Ros, Notario de Sevilla, que nos trae otro de sus relatos que bien podría  haberse titulado (y mejor cabida que hubiera tenido en un blog como este) “El nasciturus”. Sus lectores han dicho de este relato: “Muy kafkiano y cortazariano a la vez”. “Cuento a la Lubitsch que se vuelve a leer con el mismo gusto que la primera vez, que es la prueba de fuego de los relatos cortos”. “El círculo de la vida y la muerte”. Otra vez le damos las gracias y le rogamos encarecidamente que se haga fijo de nuestra plantilla en la que le tenemos reservado el dorsal número 23. 

Acerca del autor:

Firma invitada – ha escrito posts en NotaríAbierta.


 

 

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